Decálogo sobre cómo hablar de la guerra de Ucrania en la escuela

Por Pedro L. Medero Irizo. Psicólogo sanitario. Socio directivo de la Asociación Hacán, que desarrolla programas de intervención con menores en riesgo social y para la inserción sociolaboral de las personas en general. Profesor asociado del Departamento de Psicología Clínica y Experimental de la Universidad de Huelva. Y María José Zarza Robles, psicopedagoga y educadora social.

Son muchas las preguntas que se pueden plantear sobre la guerra de Ucrania en la escuela

La escuela es un centro fundamentalmente educativo. Disculpen la obviedad de esta afirmación, pero aún se confunde la educación escolar con la transmisión de conocimientos, cosas diferentes. Es cierto que transmitir conocimiento es educar, pero no es cierto que educar sea transmitir conocimiento. Muchas personas dirán que esta segunda afirmación es más obvia que la primera, y con razón. Por eso cabría señalar que la interpretación de la actualidad es misión educativa.

Parece que seguimos de obviedad en obviedad, pero en este último caso me surgen dudas. Resulta que en el momento presente asistimos a otra guerra, prácticamente retransmitida en directo, de la que se habla en múltiples medios y foros, desde los especializados hasta los más legos. Una guerra tan presente que resulta difícil, o imposible, escapar de ella; asisten todos los ciudadanos, incluyendo a nuestros menores que, por su etapa vital, tienen el deber y el derecho de formarse, lo que también significa cultivar la opinión, aprender valores, mirar con ojo crítico y comprender la realidad, que es algo más que conocerla.

Me cuentan algunos padres que en los colegios de sus hijos no se habla de la guerra en Ucrania. Quedan los infantes a merced de la opinión y formación de sus familiares, sin que el centro cultural y educativo por excelencia, como es la escuela, ponga sobre sus tapetes mentales cuestiones de tan importante alcance.

Animo a los docentes a aceptar el reto de implicarse en esta demanda. Los niños asisten al espectáculo de los medios de comunicación y merecen una explicación. Evitar este tema de conversación solo facilita que el menor sea más vulnerable a posibles malentendidos o manipulaciones.

En primer lugar, los niños de las etapas Infantil y Primaria tienden a aceptar la realidad tal y como se les muestra, pues no es hasta los cursos más avanzados de la Educación Primaria cuando los niños relacionan las causas con los efectos y comienzan a plantearse que existen otras posibles realidades alternativas a las que ven. Por eso, un menor sin atención educativa puede llegar a ver la guerra como algo natural, tan natural como que exista el fútbol, las procesiones de Semana Santa o pasar el domingo en la playa.

Si no se les habla de lo inaudito de los enfrentamientos armados, de lo antinatural de los mismos, de las consecuencias horribles que conllevan, el niño puede llegar a asumir que la guerra forma parte de la convivencia, curiosa contradicción. Para muestra un botón. Imaginen ustedes en qué contexto educativo pudieron crecer personas que, como el líder del estado de Rusia, consideran justificados estos actos.

Una vez que los niños son informados de lo injustificable y de lo terrible de la guerra, surgen para los pequeños las preguntas que quizás estamos temiendo y evitando. ¿Por qué hay guerra? ¿Por qué no paramos la guerra?

Las tentaciones en este punto son varias. Por un lado, la persona adulta puede verse invitada a realizar una explicación de carácter político, adoctrinando así a las futuras generaciones. Recordemos que adoctrinar no es educar.

Otras personas pueden optar por hacer una explicación lo suficientemente compleja para que el niño pierda interés y decida no volver a preguntar, con lo que aprende que la guerra se acepta pero no se comprende, posición que lamentablemente abunda en la sociedad y conduce a una pasividad cómplice que muchas veces sostiene los conflictos armados.

Hasta aquí he descrito posturas que fácilmente encuentro en personas más o menos sensatas. Si pienso en aquella otra ciudadanía de mentalidad grosera e intelectualmente limitada, encontraré, con más frecuencia de la deseable, gente que considere que hay guerras necesarias y justas. Hay gente para todo.

Ninguna de las actitudes anteriores educa. Creo que lo verdaderamente educativo es hablar francamente. El equipo educativo debe aceptar el compromiso de explicar el tenebroso espectáculo al que están asistiendo los niños desde un lenguaje asequible y comprensible para ellos. Se debe aprovechar la ocasión para exponer y transmitir valores pacíficos, democráticos, de diálogo, introducir el aprendizaje en resolución de conflictos.

Los niños habrán de entender que los conflictos no son malos, forman parte del devenir natural de la convivencia, lo negativo son algunas maneras de resolver los conflictos, siendo la guerra la máxima expresión de las nefastas formas humanas de afrontar las diferencias.

Pero la educación va más allá de la expresión de mensajes. Para que los contenidos se interioricen hay que manejarlos, hay que actuar. La participación es el siguiente escalón del aprendizaje.

Sería, por lo tanto, conveniente programar actividades en las que las personas en formación puedan hacer algo que guarde relación con su oposición a la guerra y con la defensa de los valores democráticos. Como ejemplo, servirían colectas para ayudar a los refugiados, elaboración de pancartas, seminarios o jornadas en defensa de la paz, redactar cartas pidiendo el cese de la guerra y todo el largo etcétera que la imaginación de los docentes abarque, que suele ser un campo muy amplio y variado.

En relación con lo anterior, la ocasión es estupenda para que el alumnado conozca y practique formas no dañinas de resolución de conflictos: negociación, mediación, empatía, asertividad, arbitraje, colaboración, etc.

No menos importante es educar la gestión del cóctel emocional. Una emoción no se da en el vacío, sino que depende de nuestros pensamientos, de nuestras valoraciones, del modo en el que aprendemos a interpretar la realidad. El educador actuará como modelo a la par que como moldeador emocional. No asustará a los niños, pero enseñará a sentir compasión por el que sufre, solidaridad con los damnificados, compromiso con la ayuda que necesitan.

No educará desde la aprensión o la preocupación infértil, sino desde la motivación y el compromiso. Enseñará a valorar los privilegios de la vida cotidiana que, por comunes y abundantes, pasan desapercibidos. Estimulará la curiosidad y el interés por seguir aprendiendo a enfrentarse a las adversidades con optimismo y entusiasmo, propiciando la formación de ciudadanos resilientes.

Por todo ello, permítanme animar a las personas responsables de la educación a hablar de la guerra con el alumnado y, si me perdonan que siga con obviedades, a proponer este obvio decálogo:

  1. No ignore o evite el asunto de la guerra en su labor educativa; colóquelo en un lugar relevante.
  2. Trate de evitar que las personas menores naturalicen, normalicen, el fenómeno.
  3. Explique la guerra en palabras adaptadas a la edad del menor, evitando complejidades que no alcancen a entender.
  4. Manténgase políticamente neutro, no favorezca creencias que diferencian a los grupos humanos en buenos y malos.
  5. Eduque en valores, aproveche la situación para transmitir las bondades de conceptos como solidaridad, paz, diálogo, respeto, igualdad, diversidad…
  6. Cree actividades con las que niños y niñas participen y se sientan protagonistas de actuaciones contra la guerra.
  7. Ayude a que se expresen dinamizando la realidad con dibujos, cuentos o teatros.
  8. Eduque la resolución de conflictos. Enseñe que el conflicto en sí no es malo ni debe evitarse, sino que tenemos que aprender a afrontarlo de manera adecuada.
  9. Eduque los sentimientos. Las respuestas emocionales son el sustrato de la forma de interpretar y pensar sobre las cosas, enseñe a razonar sobre las implicaciones de la guerra pero sin caer en actitudes alarmistas o que asusten a los niños.
  10. Promocione actitudes de implicación, compromiso y afán de superación de dificultades para promover una ciudadanía resiliente.
Pabilo Editorial
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