La sensación de déjà vu en las aulas un año después

Por Jesús González Francisco, maestro y escritor

La sensación de déjà vu en las aulas un año después 1
Jesús González Francisco.

El año pasado, por estas fechas, nos encontrábamos inmersos en plena ola (perdonen, pero no recuerdo si era la segunda, tercera, cuarta…) pandémica. Los casos de Covid 19 se habían disparado tras las fiestas navideñas y el miedo sobrevolaba la vuelta al cole. Además, una inopinada y atroz ola de frío presionaba aún más al maltrecho y desnortado sistema educativo. Se acuerdan, ¿verdad?

¿No les parece estar viviendo ahora mismo uno de esos déjà vu? La repetición de una repetición, como si estuviéramos en Matrix. De nuevo, un año después, nos encontramos en la misma situación: contagios a cada minuto (la variante ómicron es especialmente contagiosa), bajas laborales de maestros y maestras a montones, “aulas congeladores” donde podría vivir sin problemas Olaf, el muñeco de nieve de la película Frozen, y una inequívoca sensación de zozobra de todo el sistema, como si se tratase de un buque a la deriva cuya tripulación confía en que el oleaje no dañe excesivamente el casco.

Si recuerdan, el año pasado muchísima gente clamaba por el cierre preventivo de las aulas, al menos durante diez o quince días, para tratar de contener los contagios. Hoy, la misma cantidad de gente, o más, sigue clamando por lo mismo, pero no parece que vaya a producirse el cierre de los centros educativos. De hecho, los protocolos de actuación dentro de las aulas han cambiado, siendo, si se me permite el término, más laxos, seguramente por la leve virulencia de los síntomas de esta variante del virus.

Mi opinión sigue sin variar, pese a la persistencia de los acontecimientos: sigo creyendo que los centros educativos son lugares seguros y bien organizados, donde los profesionales damos lo mejor de nosotros mismos y, además, donde convivimos con todo este caos, la mayor parte del tiempo, sonrisa en ristre. Y de igual manera, me mantengo en la opinión que ya tenía el año pasado: las administraciones deben redoblar sus esfuerzos para garantizar la seguridad ante la amenaza del virus, pero también la habitabilidad de las aulas, es decir, buscar estrategias para prevenir posibles situaciones como la actual. De alguna manera, la administración tendrá que hallar una solución para mantener, al mismo tiempo, las clases seguras, aireadas y habitables. Y en una de las palabras que acabo de utilizar está la clave a este dilema: la prevención. Prevenir es el mejor medio disponible para dejar de lado de una vez la improvisación y el despendole habituales. Si se deja al albur de los acontecimientos las actuaciones necesarias, continuaremos asistiendo sine die a este sainete de desinformación, miedo y desbarajuste al que ya nos estamos acostumbrando (y eso sí que es peligroso).

Yo quiero seguir yendo a mi centro educativo a trabajar. Creo en la presencialidad; me gusta asistir y dar lo mejor de mí mismo. Disfruto del contacto (aunque sea con mascarilla y distancia de seguridad) con mi alumnado, pero necesito, necesitamos (disculpen por hablar en nombre de mis compañeros y compañeras) garantías de que las administraciones controlan mínimamente, al menos, la situación.

Una educación de calidad (ese mantra tan manoseado por la política según conveniencia) solo es posible cuando todos los pilares sobre los que esta se sustenta cumplen su función. Las familias siguen ofreciendo su lado más luminoso, pese los zarandeos continuos; los docentes y otros profesionales educativos continuamos realizando nuestro trabajo allí donde nos manden y en las condiciones que se nos indique; de los niños y niñas no digo nada: su ejemplo y su espíritu deberá ser loado de alguna manera cuando todo esto pase; Las administraciones ya son otra cosa. Necesitamos un plan de actuación firme, consensuado con todos los agentes educativos y preventivo, es decir, que se actúe antes de la aparición de los problemas. ¿Acaso no sirvió la experiencia del año pasado para evaluar lo que podría volver a pasar un año después? ¿Tan difícil es hablar con claridad, sin medias tintas?

En fin, esta diatriba tiene visos de ser uno más de los miles de lamentos que se oyen cada día en cualquier lugar, en cualquier colegio, en cualquier calle de cualquier ciudad andaluza. Aunque confío en que alguna vez las administraciones nos tomen por adultos responsables capaces de asumir la realidad, dudo mucho de que la tendencia actual varíe en exceso.

Con suerte, la pesadilla pasará pronto (eso mismo dijimos el año pasado, por cierto…).

Pabilo Editorial
El Recreo Diario
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