Incomprensible cómo aceptamos tantas cosas

Por Luis Enrique Ibáñez, profesor de Lengua y Literatura en IES Cristóbal Colón de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y autor de la novela 'Duelo entre palabras'

Incomprensible cómo aceptamos tantas cosas 1
Luis Enrique Ibáñez.

Pues no sé, cada vez tengo más claro que seguimos asumiendo como si fueran asumibles situaciones absolutamente inasumibles, demasiado humillantes, como si alguien desde arriba estuviera diciendo sigue, sigue a ver… si esta gente lo aguanta todo, en el fondo es divertido. En los institutos (y en tantos otros lugares) estamos amontonados como sardinas, cuerpo con cuerpo, mascarillas risueñas por debajo de no se sabe dónde, y todas las puertas y ventanas abiertas de par en par, la palabra frío se queda ya demasiado corta, y yo vivo en el Sur de Cernuda. Cuando uno intenta explicar algo, hacer alguna actividad, en realidad no sabe si lo que realmente está haciendo es impartir un curso acelerado de supervivencia.

Claro que si uno piensa en la Cañada Real, en los miles de hogares en los que se disfruta de eso que llaman pobreza energética, vamos, ni un puto duro para pagar la luz, para calentarse… entonces uno mejor se calla, o no.

Y luego uno intenta ir al médico, no se encuentra bien, cree que tiene un catarro de cojones, no covid, no, ya pasó, y resulta imposible, ni de coña, cita para dentro de un mes, telefónica, y eso después de que los de Salud Responde, me respondieran a los cuatro días, y no señores, no tienen la culpa los explotados seres humanos que trabajan allí, ellos no, son los que nunca pasan frío, los del todo va bien, esos sí. Tampoco el personal sanitario que ya hace tiempo que tendría que habernos mandado a la mierda por no sostenerlos, ¿se acuerdan de los aplausos? Qué asco de recuerdo, qué ingenuos, qué insolidarios, pero sigan, los de abajo lo aguantan todo.

Y resulta que uno necesita, después de buscar un hueco en el horario y muerto de frío por haber estado tres horas en el instituto, hacer una gestión en su sucursal bancaria, la de ellos. Ahora el esperpento cobra ya un relieve que me río yo de Valle-Inclán. Le atenderemos por teléfono cuando nos sea posible, solo hay 5 personas dentro en un espacio obscenamente amplio y, claro, uno se acuerda de los pasillos de su instituto, de las caras de frío, de «¿maestro, no podemos cerrar un poco las ventanas?», no, estamos demasiados aquí, tenemos que ser muy precavidos, cierto.

Pero claro, los bancos, que ya llevan demasiado tiempo desplegando su maltrato digital, ahora lo tienen mucho más fácil y, siguiendo el imperativo de la más siniestra lógica, cierran oficinas, despiden trabajadores y nos usurpan el acceso, la comunicación, vosotros, chusma, no me molestéis que estoy contando monedas.

El banco me largó, uno, dos, uno, dos… Ayer quemé la sucursal… cómo no acordarse de aquella canción, ‘Palmeras en la Mancha‘, de Vetusta Morla.

Ese tema habla sobre la posibilidad real de que uno estalle cuando lo han llevado mucho más allá del límite,

 

Tenías razón, a veces el límite es un arco sin control
A veces se tensa y se te escapa
Podría ser yo, la próxima piedra que revienta tu motor
La próxima bomba en tu piñata

De cualquier modo, sigue siendo incomprensible cómo aceptamos tantas cosas y, a pesar de todo, los de la intrahistoria, siguen ahí, en las trincheras.

Pabilo Editorial
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