Aún recuerdo la primera vez que dije que quería ser periodista. Tenía unos siete años y surcaba la ría junto a mis padres, tíos y primos a bordo de la canoa que une Huelva con Punta Umbría, a los que di el paseo haciendo las veces de una reportera dicharachera que, micrófono invisible en mano, quería saber hasta el último detalle sobre las impresiones del resto de viajeros de lo que en aquel tiempo para mí era una apasionante aventura.
Entonces todo era diferente y el mundo aún estaba libre de pantallas de ordenadores, móviles y tablets. Los periódicos de papel, esos que ahora son una especie en peligro de extinción, vestían los kioskos y llenaban las casas y las barras de todos los bares, algo que comenzó a cambiar con la irrupción de Internet, las nuevas tecnologías y las redes sociales, y que trajo consigo una nueva forma de hacer y consumir la información: la prensa digital.
Pero ¿qué es exactamente la prensa digital? La respuesta es muy sencilla: es aquella cuyo contenido se difunde a través de Internet y de las redes sociales, lo que nos lleva a la única diferencia, en esencia, entre prensa tradicional y ciberperiodismo: el medio a través del cual llegamos a nuestros lectores.
La columna vertebral de la profesión, su objetivo último y la labor de quienes la ejercen sigue siendo el mismo: informar a los ciudadanos desde la ética y el rigor. Eso sí, la prensa digital tiene multitud de características que la hacen especial. La primordial y (a mi modo de ver) más interesante es la inmediatez. Vivimos en el mundo de la prisa y la instantaneidad. Queremos enterarnos de todo ya, y eso es algo que un medio digital resuelve a la perfección, ya que puede actualizarse al momento y ponernos al día de cualquier novedad acerca de un tema a tan solo un golpe de clic.
Además, quienes trabajamos en medios digitales contamos con un condimento especial para aderezar nuestras informaciones: la multimedialidad, un elemento que nos permite integrar en una misma plataforma varios formatos que acompañen y complementen la noticia, tales como fotos, vídeos, infografías, animaciones, etc.
Por último, pero no por ello menos importante, también nos servimos de la interactividad, la varita mágica que ofrece a los ciudadanos la posibilidad de interactuar con el medio, y viceversa, permitiéndonos una comunicación directa, algo impensable hace apenas 20 años.
Sea como sea, la única diferencia que importa y que tendréis que aprender a discernir con el paso de los años es tan simple como compleja: no se trata de prensa en papel o digital, se trata de buen y mal periodismo. La formación, la lectura y la capacidad de crítica son vuestras mejores armas para aprender a diferenciarlos. No cejéis en el esfuerzo. Merece la pena.