Todos hemos sido niños y todos, algunos más que otros, hemos tenido enfrentamientos con los iguales tanto en la escuela como en los juegos de patios, barrios, calles y pistas de fútbol. Por tanto, que dos pequeños discutan, se peleen y puedan llegar a las manos en un momento determinado puede considerarse como esperable, permítaseme la licencia, dentro de las riñas sanas que los pequeños pueden llegar a tener.
no querer ir a las clases, no salir a jugar con los amigos o no tener contacto alguno con los iguales pueden ser indicadores de que algo está ocurriendo
Pero eso es una cosa y otra muy distinta el hecho de que un menor o un adolescente llegue a tal punto de enfrentamiento con otro que provoque en alguno de ellos un pensamiento recurrente: quitarse la vida. Suena así de frío, pero es mucho más real de lo que puede llegar a imaginarse. Este tipo de discusiones, que se tornan en acoso, es lo que se ha dado en llamar Bullying y se define como el maltrato físico y/o psicológico deliberado y continuado que recibe un niño por parte de otro u otros que se comportan con él cruelmente con el objetivo de someterlo y asustarlo, con vistas a obtener algún resultado favorable para los acosadores o simplemente a satisfacer la necesidad de agredir y destruir. Este tipo de actitud se da de forma continuada en forma de burlas y agresiones y acaban provocando la exclusión social de la víctima. Así pues, no querer ir a las clases, no salir a jugar con los amigos o no tener contacto alguno con los iguales pueden ser indicadores de que algo está ocurriendo.
Esta forma de proceder se caracteriza por comportamientos de diversa naturaleza (burlas, amenazas, agresiones físicas, aislamiento sistemático, etc.) y originan problemas que se repiten y prolongan en el tiempo. Suele ser un alumno quien lo provoca, pero es apoyado por un grupo, y el blanco de las mofas va contra una víctima que se encuentra indefensa.
el acoso no acaba cuando las clases terminan, sino que puede seguir sufriéndose a través de envíos reiterados de mensajes amenazantes
En esta situación de indefensión se da en la víctima, como puede entenderse fácilmente, una situación de miedo y rechazo al contexto en el que sufre la violencia, pérdida de confianza en sí mismo y en los demás y una disminución significativa del rendimiento escolar. Pero el acoso no acaba cuando las clases terminan, sino que puede seguir sufriéndose a través de envíos reiterados de mensajes amenazantes, insultantes y vejatorios al teléfono móvil (a través de Whatsapp) o mediante envío de emails a la víctima y entre compañeros, acoso a través de las redes sociales, suplantación de la personalidad virtual (creación de perfiles falsos) o subidas a redes sociales de fotos tomadas en situaciones comprometidas sin permiso de la víctima.
se reduce la calidad de vida del menor y surgen, inevitablemente, dificultades para lograr objetivos
Por tanto, se reduce la calidad de vida del menor y surgen, inevitablemente, dificultades para lograr objetivos y un aumento importante de los problemas y tensiones en casa: irritabilidad, nerviosismo, negatividad y altibajos emocionales importantes. Este estado de desesperación puede provocar, en el más grave de los casos, que el menor que está sufriendo el acoso no pueda seguir soportando la presión y decida que dejar de vivir es la mejor solución a todo esto.
Es un problema de todos: de profesores, de las familias y de los profesionales, pues la ignorancia o pasividad de las personas que rodean a los agresores y a las víctimas es un caldo de cultivo para que estas situaciones se sigan produciendo.
Así pues, la familia y el profesorado de la institución se erigen como el primer punto de apoyo que debe actuar para detectar en esta problemática; debe actuarse con sensibilidad y solidaridad para que la amargura que padece un menor acosado desaparezca, pues es un asunto que va más allá de una simple cosa de niños.