Érase una vez cuatro hermanos que se llamaban Daniela, Jaime, Mateo y Lucía. A los niños les encantaban los perros sobre todo los bulldog y los pastores alemanes. Los niños se mudarían dentro de poco a New York.
Pasada una semana ya se habían mudado, su casa era enorme, tenía un jardín súper grande con una piscina y columpios.
Un día los cuatro hermanos iban paseando por el bosque y se encontraron una casa, empezaron a investigar y al ver que no tenían dueños decidieron reformarla. Pensaron que había muchas personas que tenían perro pero no podían cuidarlos porque estaban trabajando y entonces los niños decidieron que podían hacer un refugio para perros.
Al día siguiente los niños se despertaron y se fueron al colegio; cuando salieron del colegio se fueron a la casa y empezaron a reformarla: Lucía estaba pintando el interior y el exterior de la casa, Jaime y Daniela estaban decidiendo la decoración y Mateo estaba arreglando la fontanería y la electricidad.
Pasada una semana ya tenían la casa lista, pensaron en que también podían recoger a los perros callejeros y así lo hicieron. Empezaron por una de las calles, pero allí no había ningún perrito abandonado, y siguieron por un callejón muy oscuro. Allí había cuatro perritos, a tres de ellos no les pasaba nada pero al otro perrito sí. ¡Estaba herido! Entonces corriendo lo llevaron a la casa.
Sus padres empezaron a sospechar, ya que se llevaban mucho tiempo en la casa con los perritos, así que un día decidieron seguir a sus hijos para ver dónde iban.
Los niños fueron a un callejón, cogieron a un perrito y se fueron para la casa. Sus padres estaban muy sorprendidos. Los padres entraron en la casa y le dijeron a los niños que si les gustaban tanto los perros, harían un hotel para ellos y así lo hicieron.
Desde entonces los perros abandonados tendrían un maravilloso hogar.